Cuidado, tantas veces escuche esa palabra que mis oídos parecían ignorar su significado. Todo llega nada ni nadie escapa a las afiladas garras del destino, por muy grande y poderoso que te creas no eres nadie, un trozo de carne en un río infectado de pirañas.
El tiempo abrió mis ojos mostrando quien fui, quien soy y aquello que jamas llegaré a ser.
Tuve la gran fortuna de nacer en una familia donde no teníamos absolutamente nada material incluso fueron innumerables los días en los que llegaba el amanecer y nuestros estómagos seguían igual que al amanecer. Eramos una familia muy afortunada pues nada teníamos y nada faltaba. Disponíamos de un gran número de abrazos diarios, abundaban esas dulces y tiernas caricias con el reverso de la mano, nunca faltó una tierna mirada acompañada de un te quiero.
Pasaron los años y llegó a mi vida sin previo aviso ni manual de instrucciones una vieja ramera llamada riqueza y apellidada abundancia. Los bolsillos rebosaban dinero tenía más del que podía gastar. Vestía los trajes más exclusivos y caros que se pueden encontrar en este mundo. Poseía viviendas y vehículos capaces de resguardar y transportar a decenas de familias. Había tanta comida en mis cocinas que era imposible guardarla en una sola nevera. Pasaron tantas mujeres por mi alcoba que seria incapaz de contarlas o ni si quiera recordar el nombre de una sola de ellas. Lo poseía todo pero no tenía nada.
La realidad es que estoy muerto y no hay nadie velando mi cuerpo.
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