Exigencia, exigir, autoexigencia

Exigencia, bonita palabra. Es bueno para todo ser humano hacer usos y sobre todo aplicarse dicha palabra. Y por suerte muchos lo hacen. La autoexigencia es muy buena para nuestro desarrollo. Nos ayuda a mejorar en todos los campos en los que la apliquemos. Debemos y necesitamos ser exigentes con nosotros mismos. Pero, ¿qué pasa cuando dirigimos esa exigencia a personas distintas a nosotros?

Debemos ser cautos y humildes a la hora de exigir a otras personas, porque puede llegar a ser contraproducente. Me explico, pongamos como ejemplo a un padre y su hijo. Es obvio que el padre quiere lo mejor para su hijo pero puede caer en el error de exigir demasiado a su hijo, por lo cual está consiguiendo el objetivo contrario al deseado. Cuando se trata de terceras personas, y más siendo familia, es mejor educar y predicar con el ejemplo.

Y que pasa cuando trasladamos esa exigencia a personas que están totalmente fuera de nuestro control. Esas personas que sólo vemos por televisión o redes sociales, pues que se transforma en frustración, enfado y pesimismo. Pudiendo incluso en acabar en depresión. Es el caso de la clase política, a la cual le exigimos todo e incluso más. ¿Y que sucede? Que terminamos más pronto que tarde enfadados y frustrados. Les exigimos que sean justos, eficientes, … y mil cosas más. Y después ponemos la televisión y vemos, como es en el caso actual, que se saltan las normas y se cuelan para vacunarse ellos primero. Y nos llenamos de odio y frustración, y no nos falta razón y motivos. 

No quiero decir que no debamos ser exigentes, pero debemos saber que hay circunstancias que están fuera de nuestro alcance. Un calentón lo tiene cualquiera, somos humanos y por lo tanto imperfectos, pero debemos aprender a gestionar esas situaciones. Debemos ser autoexigentes y eso nos hará mejores y por lo tanto eso hará que ayudemos a que los demás mejoren. Al final la vida se basa en predicar con el ejemplo.


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